Ideas en torno a la intensión del proceso de emancipación en Venezuela.


El proceso de emancipación está conformado por un conjunto de hechos y personajes que evolucionan progresivamente; con el objetivo de entender la significación implícita en parte de éstos procesos de crisis dentro del orden colonial, presentes a partir del último cuarto del siglo XVIII y la instauración de un nuevo orden; se considerará a manera de antecedente lo que en palabras de Carole Leal vendría siendo la etapa adjuntista de fidelidad a la monarquía, desde lo expuesto en su obra El discurso de la fidelidad[1] como los orígenes “discursivos” de la emancipación política venezolana, de igual forma, se tomará en cuenta un acontecimiento que será decisivo para la argumentación del presente ensayo, La Conjura de los Mantuanos de 1808, por medio de las perspectivas tratadas en gran parte de la historiografía venezolana, y, lo denominado por Miguel Izard en su obra El miedo a la revolución[2] como la crisis del cambio de siglo y el restablecimiento de la dependencia.

De esta manera, es posible estudiar de forma más completa la razón de la crisis del orden colonial en Venezuela, que cabe destacar es también consecuencia del reformismo borbónico, el impacto de la revolución francesa, la aparición de rebeliones antifiscales, antiesclavistas  e independentistas, así como la constitución de estados modernos y el comienzo de la expansión de doctrinas económicas y políticas que se da en el último cuarto del siglo XVIII en el sur de América. Sin embargo, el enfoque principal en el estudio será el de esclarecer el desenvolvimiento de quienes estuvieron a la cabeza del movimiento independentista y el desenlace a raíz de sus acciones, así como el fin de las mismas, esto con una argumentación fundamentada en la simbología presente en la estructura social del momento histórico anterior, sus consecuencias y los actos más determinantes dentro del proceso referido.

En cuanto a las condiciones que posibilitaron la realización de la independencia venezolana, Carole Leal, en su obra antes mencionada, nos refiere una investigación previa realizada y  coordinada por el Dr Luis Castro Leiva, en la unidad de historia de las ideas del Instituto Internacional de Estudios Avanzados (IDEA) entre los años 1983 y 1986, donde se encuentra una riqueza de datos disponibles al respecto, siendo posible para ella por medio de la misma, conceptualizar posteriormente los “actos ceremoniales”; necesarios para comprender la organización social y el orden colonial que antecede al proceso emancipador.

Los actos ceremoniales vienen a ser una secuencia de hechos institucionales realizados por mandato o por costumbre que representan principios que fundan la paz, el orden monárquico y por consiguiente una metamorfosis social y política en su realización o practica misma, dando lugar a conceptos de orden y subordinación social, representando al mismo tiempo actos que implican en su ejecución la indisociable presencia de la religión.

En torno a dichos actos, son originados conflictos que sugieren el valor que le atribuyen los actores y la realización de la idea misma de orden social y político, la  continua demanda de real intervención es un ejemplo de esto. Además los actos ceremoniales suponen situaciones que irrumpen en la normalidad de la vida cotidiana, como expresiones colectivas que dan lugar a la idea de pertenecía  al reino, activando la fidelidad política al mismo.

Son decisivos tres tipos de actos ceremoniales, el de recreación festiva en el caso de La Jura[3] que es definida por el juramento de un nuevo monarca; el de expresión pública de dolor, que se ve expresado en el duelo existente durante Las Exequias[4] con ocasión de la muerte del rey y, los actos de fe[5] tales como la contrición y el juramento de la misma que dan cabida a un periodo especial en el que se consagra la comunidad como un todo  en las manifestaciones que llevan consigo.[6] Cada uno de estos actos ceremoniales tiene una carga simbólica en conjunto bastante significativa que Carole Leal  nos expone.

En la idea del orden de Dios nace la superioridad del rey como cabeza del Estado, pero también la idea de una forma de organizarse reunidos en sociedad con el orden del gobierno, que es el orden de una multitud bajo una autoridad, donde la voluntad superior crea hombres para vivir en sociedades regidas por una única cabeza y bajo unas mismas leyes. Esa forma de sociedad civil que estuvo orientada hacia la salvación, articuló las finalidades temporales del reino, como la paz, la distribución de la justicia y la felicidad pública, pero preservando el orden revelado político y social.

Existe una relación de subordinación implícita al concepto de este orden revelado, donde la cabeza del estado es sostenida por miembros inferiores y esta misma relación está implícita en el orden de las ceremonias, se supone en este último contexto, un ordenamiento jerárquico en el orden ceremonial que se proyecta de manera similar al orden de la sociedad entera, en su condición de ser corporativo, asistiéndose a las ceremonias en calidad de miembro del cuerpo político y social y determinando con el uso de los objetos y los espacios ceremoniales, jerárquicamente, lo que se era políticamente en él.[7]

Como el orden ceremonial presupone una representación del orden social, que implica la subordinación de lo inferior a lo superior, de lo creado al creador, aquel que ocasiona escandalo alterara la lógica intrínseca en esa participación. Aparece asi el miedo al mal ejemplo, pues no se trata solo de una ruina moral de quien lo presencia, sino también se trata, peor aún, de que se representa equívocamente el orden. El “mal ejemplo” en ese universo religioso-político, es el riesgo del “caos”, el des-orden. Se trata por eso de un problema que por ser religioso es también político. Pues el mal ejemplo mal-educa, porque deforma y quien altera el orden ceremonial con su acto desordenado altera el principio fundante de la subordinación, negarlo es ir en contra del principio creador, la manifestación de su verdad y su disposición de justicia que distribuye las prelaciones, las dignidades y los oficios.[8]

De manera similar se entiende la subordinación de los vasallos entre sí, y esta segunda despende de la primera (rey/vasallos). Además de esta dependencia y subordinación de los miembros en cuanto a la cabeza política, hay entre los miembros mismos otra subordinación respectiva según la dependencia de un miembro con respecto a otro, y así es preciso que estos miembros, estados, condiciones y oficios estén subordinado unos a otros según sean más útiles e importantes para el bien de la sociedad entera.[9]

Estas consideraciones son importantes para comprender cómo simbólicamente le era posible a la sociedad entender una autoridad impuesta, o bien sea otorgarla propiamente. Con el proceso de emancipación se puede decir que ese riesgo de caos y desorden simbólico, mencionado anteriormente, fue materializado con fuerza, representando la crisis del orden colonial y trayendo consecuentemente un nuevo orden establecido, en el que los miembros inferiores dentro del proceso no estaban preparados para un cambio brusco de la “cabeza” social, mucho menos al no serles posible una identificación real con las motivaciones del nuevo orden. En este sentido se explicaran a continuación las motivaciones donde se ven implícitas las condiciones de subordinación entre los actores implicados y el desenvolvimiento de los mismos durante el proceso emancipador, así como los hechos respectivos a la instauración del nuevo orden.

De los grupos sociales existentes en Venezuela a finales de la época colonial, aparentemente, uno solo, el de los grandes terratenientes, podía estar interesado en unos cambios políticos que significaran una mayor independencia de la Metrópoli y por lo tanto un mayor control sobre los intercambios comerciales. Pero el papel de árbitro que desempeñaba la corona en los enfrentamientos de los agricultores con los comerciantes, satisfacía momentáneamente las necesidades mercantiles de aquellos. Por otra parte. la máxima aspiración de los esclavos era obtener la libertad, y naturalmente, sus oponentes eran los propietarios de esclavos dentro del territorio venezolano, no las autoridades metropolitanas.

La masa de campesinos pobres y los llaneros, tradicionalmente conservadores y oprimidos por el expansionismo de los mantuanos, veían en las autoridades españolas un poder mediador que, hasta cierto punto, mantenía este expansionismo dentro de ciertos límites, mientras que una mínima parte de los pardos había alcanzado prosperidad económica relativa por políticas de la Corona, frente a lo que se oponían los mantuanos, que no querían igualdad política y social con los pardos. Los enfrentamientos internos dentro de la colonia eran muy considerables y por ende debían producirse hechos extraordinarios para que alguno de los grupos señalados, excepto los esclavos, se interesaran en suprimir la superestructura administrativa colonial, que actuaba de amortiguador y conseguía mantener un inestable statu quo.[10]

Los sucesos de 1808, conocidos con el nombre de la Conjuración de los Mantuanos, no pueden considerarse realmente como una rebelión contra la Metrópoli, sino más bien contra unos representantes de la misma que se acusaban momentáneamente como afrancesados y opuestos a los partidarios de Fernando VII, representando una división ideológica producida en la Península. Donde los vecinos principales de la capital de la provincia, comerciantes, hacendados y personales judiciales se afirmaban como vasallos y leales súbditos del rey, aunque luego terminarían comprometidos en la destitución de Vicente Emparan.[11]

Partiendo de este hecho algunos autores tienen una concepción lineal de los hechos, Gil Fortoul en el tomo I de su obra Historia Constitucional de Venezuela, expresa que el discurso aunque no puede advertirse como un pronunciamiento direccionado a la independencia, lo es, a manera de “tetra política”, asumiendo que los participantes ya tenían sus ideas previamente planteadas con respecto a la independencia. Andrés Ponte en su libro La Revolución de Caracas y sus próceres destaca la actuación del pueblo en contra de la usurpación francesa del 15 de julio de 1808 y las intenciones separatistas vistas en los jóvenes criollos de las familias acaudaladas, argumentando un proceso lineal y sin contradicciones hacia la independencia evidenciado en la actitud señalada en los actores. Mercedes Álvarez en su texto Comercio, comerciantes y sus proyecciones en la independencia venezolana también asume un proceso lineal, en el que existe una relación directa de los actos, dado que los comerciantes como protagonistas significativos en la fundación de la república, vendrían a ser los primeros en anhelar libertad comercial y seguridad personal con respecto a las autoridades reales.

Caracciolo Parra Pérez, expone por ejemplo en su Historia de la Primera República, que en la Conjura no está claramente definida una tentativa emancipadora, lo cual no puede ser afirmado contundentemente debido a los actos posteriores, lo cual acepta, para acotar posteriormente que quizás los mantuanos más que definirse políticamente, se dejaron llevar por los acontecimientos. Elías Pino Iturrieta en su aporte dentro de la gran enciclopedia de Venezuela, Mantuanos e Independencia, nos dice que no se puede afirmar que la petición en la Conjura buscara propiciar la independencia, pero que en los hechos, el desajuste político en la metrópoli constituyo la coyuntura apropiada para aspiraciones de poder y un mayor control provincial, siendo consecuencia la ruptura definitiva de los mantuanos y las autoridades españolas.

 Otros autores como Carole Leal tienen una tendencia hacia una visión más interpretativa de conjunto, que refiere al impacto de la crisis española en la América Hispana y el intento de los notables por acceder a nuevas formas de representación dentro del sistema monárquico español, y no movimientos precursores propiamente, sino la incorporación de unos nuevos espacios de sociabilidad política para las elites.[12]

Además,  la mayoría de los grandes terratenientes declarándose partidarios de Fernando, no llegaban a un acuerdo sobre las relaciones que debían establecerse entre la Junta de Caracas y la Suprema de España. Básicamente, mientras que para unos aquella debía ser autónoma, para otros debía depender de la segunda. En estas circunstancias, mantuanos y comerciantes creyeron necesario organizar una nueva junta para el gobierno de Venezuela, ya que la corona española se había esfumado en apariencia, y por tanto, definitivamente, la regencia de Cádiz no debía tener a los ojos de los coloniales ya ninguna autoridad ni posibilidad de recuperar por las armas el control de la península siendo esto así justo después de las victorias de las tropas napoleónicas en España a finales del año 1809, momento en el que es  comprensible que aumentara la desconfianza de los mantuanos,  puesto que eran los únicos que tenían algo que perder frente a las autoridades y la administración peninsular con supuestos ideales franceses.[13]

Se presenta entonces la Guerra Civil y durante la Primera República, en líneas generales los mantuanos estuvieron en el bando patriota, mientras el realista estuvo compuesto esencialmente por los pocos administradores peninsulares que permanecían en Venezuela, por españoles, comerciantes y agricultores, pero esencialmente por pardos y esclavos. A su vez dentro del bando patriota se hallaban divididos en dos grupos, uno formado por la juventud mantuana, agrupada en la sociedad patriótica, de ideas extremistas, no defensores de los privilegios de sus mayores y muy influidos por la independencia norteamericana y otro formado por los mantuanos de más edad, los grandes propietarios de tierras y esclavos,  que redactaron la constitución de 1811, formalmente democrática, aunque estaban muy lejos de pensar en llevarla práctica, en parte por la presión de la sociedad patriótica y la necesidad de atraer pardos a la causa.[14]

Tras diez años de una contienda devastadora y el fracaso de la Republica de Colombia, cabe concluir que prácticamente se restableció la situación anterior a 1810, y aquellos que se habían enfrentado luchando por su independencia cayeron en la misma o una similar dependencia. Las castas y los esclavos siguieron dependiendo del mantuanaje que, conquistado el poder político, no llevo a cabo lógicamente ninguna transformación en la estructura socioeconómica del país, al contrario, se incrementó su afán de controlar toda la tierra venezolana, que sujetó en sus haciendas a los pardos y a los ex esclavos por medio del endeudamiento continuado y perpetuo, y que desde el poder estructuro una república de acuerdo con sus intereses.

 Estas circunstancias han sido señaladas por varios historiadores contemporáneos, el viajero inglés Semple escribió en 1811: “las colonias se llaman a sí mismas libres porque han desposeído a sus antiguos dominadores de todo su poder y han colocado ese poder en otras manos, aunque la forma de ejercerlo sigue siendo esencialmente la misma. Y es que, en los actuales momentos los dirigentes no proveen nada. Se efectúan reclutamientos y se lleva a los hombres amarrados al ejército para que luchen por la libertad, como antes lo hacían por la gloria de España y de su rey. Se renuevan las antiguas piezas de la maquinaria, otras son sustituidas, pero los resortes y movimientos interiores siguen siendo iguales.[15] Y si los Senados, Congresos y Juntas gobiernan de manera despótica, ¿en qué sentido pueden ser ellos preferibles a los gobernadores y capitanes generales?

Los grandes propietarios por su parte dejaron de depender comercialmente de una débil Metrópoli para hacerlo de los Estados Unidos y las grandes potencias económicas de Europa, en unas condiciones peores a las de la época colonial y con la agravante de que en repetidos casos, las coerciones no serían puramente económicas, y que debido a que el mantuanaje estaba incapacitado como clase para llevar a cabo las transformaciones revolucionarias en el modo de producción, no se permitió a la mayoría de la población venezolana incorporarse plenamente a las actividades productivas y a un liderazgo o protagonismo realmente libre, dentro del proceso independentista, que desde luego significo una destitución del orden real, colonial, pero no una tan profunda del orden revelado con respecto a la aceptación de una autoridad impuesta política, social y económicamente.[16]



BIBLIOGRAFIA
·         IZARD, Miguel: El Miedo a la Revolución. La lucha por la Libertad de Venezuela. Editorial Tecnos, Madrid 1979.

·         LEAL, Carol: El discurso de la fidelidad. Construcción social del espacio como símbolo del poder regio. Academia Nacional de Historia, Caracas 1990.

·         QUINTERO, Inés: La Conjura de los Mantuanos. Colección Bicentenario de la Independencia, Caracas 2008.



[1] Carole Leal Curiel: El discurso de la Fidelidad Construcción social del espacio como símbolo del poder regio.

[2] Miguel Izard: El Miedo a la Revolución.

[3] la Jura como expresión del júbilo, es diferente con respecto a la manera en la cual se expresar la “alegría” de vasallaje en cada gremio de la ciudad, existiendo diversas clases de fiestas: las corridas de toros, los juegos de nobles, los fuegos artificiales, las danzas y comedias.  Se comienza con la ritualidad pública de bendecir el Real Pendón, lo cual integra el orden político con el orden sacro, otorgándole fuerza santa a una insignia portadora de la representación de la Corona. Dicha bendición a partir de la cual se realiza el juramento de fidelidad representa el lugar sagrado por excelencia que atiende a la idea de un “poder” que permanece y cambia, de manera que muere el rey, pero vive el reino. La estructura secuencial que tiene este acto ceremonial constituye lo que se denomina como el universo simbólico del acto, donde se activan los elementos que posibilitan la relación, interacción y secuencia en el acto comunicacional pp. 138-144

[4] en las exequias, el túmulo, aquella armazón edificada propiamente para los actos fúnebres, con una base estructural de madera cubierta de mármol mayormente, alrededor de la cual se efectúa el acto ceremonial, concreta la representación del mismo, en principio porque la proximidad que tienen a él los participantes de la ceremonia en sus puestos determina la calidad de cada asistente y su relación con el objeto, además, éste se encarga de materializar las virtudes y el ánimo que en vida acompañaron al difunto rey.  El arte del mismo, así como el luto, pasan a ser formas de exteriorizar en los vasallos el sentimiento de dolor en torno a la pérdida del líder del cuerpo político y social, imponiendo permisiones y prohibiciones, que se basan en la dignidad, esto en ropas, adornos y otras expresiones ilustrativas del significado socio-cultural de la muerte. Ibídem. pp 110-113

[5] los actos de fe comprenden dos ceremonias realizadas durante el periodo de cuaresma: la ceremonia de leer edictos con las bulas del segundo domingo de la misma y la lectura de la carta anatema en la tercera dominica, donde es llevada a cabo la actividad confesional y de contrición, además de la lectura de un edicto de fe y el sermón correspondiente, que dicta como deber cristiano la obligatoriedad de confesar cualquier delito  establecido en el edicto para luego realizar la abjuración publica de los actos de herejía. Durante este tiempo de cuaresma se guarda el ayuno cuarenta días, representando una privación corporal. Se excluye de la comunidad de fieles a quien pretenda alterar el orden revelado, y ese orden revelado es de eterna subordinación política, social y religiosa, pues la  fe como fundamento del orden político y sus actos de purificación, también entendidos políticamente, representan ser fiel a la “verdadera doctrina” que instruye, sobre el origen divino, la Real Potestad.  ob. cit pp150-164

[6] ob cit 18-22

[7] ob cit 200-202

[8] Ob cit 209

[9] Ob cit 218-219

[10] Miguel Izard: El Miedo a la Revolución. pp 134

[11] Don Francisco Rodríguez del Toro, El Marqués del Toro, Martin Tovar Ponte, José Tovar Ponte, José Félix Ribas, Juan Nepomuceno Ribas, Pedro Palacios e Isidoro Quintero.

[12] Inés Quintero: La Conjura de los Mantuanos. pp 8-18

[13] Miguel Izard: El Miedo a la Revolución. pp 136-138

[14] ob. cit 149-150

[15] Aquí es donde se hace importante recordar la carga simbolica aprendida por la sociedad en los actos ceremoniales y preservada dentro de la cultura y las acciones posteriores, aun tratándose de un nuevo orden.

[16] ob. cit 173-174

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